Pablo paseaba por el puerto de Santa María, era 1957 y
faltaba una semana para Miércoles de Ceniza. Cádiz celebraba su carnaval y por
unos días, o mejor dicho, unas noches, los problemas quedaban a un lado para
despertar al día siguiente. Sus padres le habían dado unas cuantas pesetas para
comprar regaliz, a él apenas le gustaba el regaliz pero sabía que era un
pretexto para que sus padres celebraran el carnaval a su manera.
Paseaba por las barracas del puerto entre gritos de
chirigotas y vino peleón desparramado por los suelos.
Unos gitanos daban palmas en una barraca cercana y otros que
los miraban se palpaban los bolsillos como si estuvieran nerviosos. Uno con
cara de cabreado sacó del bolsillo una navaja que relució bajo la luz de los
faroles, hasta que otro gitano con el pelo más largo le bajó la mano mientras
le agarraba la nuca con la otra mano, le reprendía muy cerca y le echaba
salivazos al hablar.
Un payaso exhausto llenaba globos a pulmón y buscaba a quien
se los comprara sonriendo a todo el que pasaba.
Tocaban las 10 de la noche y en breves la gente se
recogería. Pablo miraba un puesto en el que unos viejos enjutos rascaban las
guitarras mientras una chica vestida de sevillana taconeaba con una mirada que
parecía desafiar a los ojos que se tropezaran con los suyos. Pablo la observaba
ratos tan largos como podía, hasta que ella giraba en su dirección y él le
bajaba la mirada. Un cura bebía al lado del tablao al grito de “!Guapa, guapa!
¡Ole, ole y ole las cosas guapas!”. Pablo, con la cabeza gacha, se miró la
medalla de la Macarena
que le pendía del cuello y se fue de allí por no saber donde mirar ni que
hacer. Se sentó en un banco a esperar un rato y volver a casa. Un borracho se
sentó a su lado:
-¿Sabes quien hizo este banco? ¡Los moros! Casi todo lo que
hay en Cádiz lo hicieron los putos moros. Son muy lissstos, yo he sido legionario y te digo que para cuando tengas
hijos nos comen en Melilla ¡Que ya no hay cojones, hostias! Que están las
tropas amariconás, se creen que la
guerra ha terminado. Dicen de hacerse amigos los moros y los maquis y acabamos
todos con alfombras en las paredes y llamándonos “camaradas”.
-Vaya una panda de masones- dijo Pablo sin tener ni idea de
lo que decir
-¡Exacto chico! Veo que sabes de lo que hablas ¿Fumas?-le
preguntó mientras le acercaba un cigarrillo
-¡Deja en paz al crío Paco! ¿No ves que no tiene cara de
fumar?-dijo una voz a sus espaldas. Pablo miró para atrás, era la bailaora del
tablao; que venía sudando, con el maquillaje corrido y los brazos en jarra de
lo acostumbrada que estaba a esa postura.
-Joder María ¿Y eso que tendrá que ver? Yo ya fumaba con 8
añicos, y este más cara de crío que yo entonces no tiene.
-Anda, tira pa la
casa a dormir la mona.
-Chsss eh, pero porque yo quiero, que te conste-dijo
mientras abandonaba la feria haciendo “eses” y hasta “oes” cuando se perdía
-Perdónalo chiquillo, es que se pone muy pesado cuando bebe.
-¿Qué?-dijo Pablo que no había prestado atención a lo que le
decía
-El hombre del banco, es mi tío Paco que se emborracha y se
comporta como un crío chico.
-No se preocupe señorita
La bailaora se echó a reír.
-¿Pero por qué me tratas de usted chiquillo? ¡Si sólo te
sacaré un par de años! ¿Cuántos tienes?
-19
-¡Válgame la
Virgen del Rocío! Pero si me sacas uno, mi alma. Con la cara
de niño que tienes…
-Ya… me lo dice mucha gente-a parte de eso, no sabía que
decirle-¿Tienes hora?
-Las 11 menos cuarto quillo.
-¡Hostias! ¡Que tenía que irme a y media! Ha sido un placer,
eres muy guapa, hasta luego-dijo apresuradamente mientras se iba.
Pablo echó a correr mientras pensaba “¿Eres muy guapa, hasta
luego? ¡Seré gilipollas!”.
Volvía a su casa mirando al suelo para no cruzar la mirada
con nadie por no dar una excusa a los borrachos para buscar pelea.
-¡Tú, piltrafilla!-dijo una voz a sus espaldas
“Mierda, el sereno” pensó.
-¿Qué vienes, del carnaval tu también no? Muy callado vas, a
ver pájaro, échame el aliento.
-No he bebido señor.
-¿Te he pedido que me contestes acaso? No, que me eches el
aliento te he dicho lumbreras.
Pablo obedeció.
-Pues no has bebido no ¿Por qué vienes tan mustio entonces
nene?
Pablo no le iba a contar que llegaba tarde a casa y que sus
padres estarían despierto esperándolo porque no tenía llaves.
-Nada, la novia-mintió
-¡Bah! Con lo putas que son las mujeres mejor harías en irte
al burdel, te cuesta los dineros pero al menos no te quita la cabeza.
“¿Por qué no me deja en paz este tiparraco?” pensaba Pablo.
-Anda venga, tira a la cama chaval, cuatro pajas y te
olvidas de esa zorra.
-Buenas noches-“¿Por qué todos los personajes me hablan esta
noche a mí?” pensó
Andaba ya con las manos en los bolsillos y siempre debajo de
las farolas, llegó a su casa cerca de la calle Primo de Rivera, dio la vuelta a
la esquina, sacó las manos de los bolsillos y se quedó petrificado.
La casa estaba ya negra, el hollín recubría toda la fachada
y los dinteles de las ventanas se habían caído sepultando el que pudiera salir
nadie. Pablo no podía pensar y respirar al mismo tiempo, apenas conseguía
hacerlo por separado. Allí no había nadie, no lo entendía, por mucho que fuera
carnaval; alguien debía de haber visto algo, haberse asomado a golismear aunque fuera, había charcos en
el suelo, alguien tuvo que apagar el fuego para que no se derrumbara la
fachada. Pero allí no había nadie.
La puerta estaba sepultada, se echó al suelo y empezó a
apartar ladrillos histérico. Pegó una patada a la madera carbonizada de la
puerta y entró agazapado. No reconocía el salón, la cocina tenía un hueco
enorme en el techo sobre el lugar en el que antes estaban las bombonas de
butano, de las cuales ya sólo quedaban jirones de metal entre los escombros que
cubrían las losas haciendo un nuevo suelo. Cruzó el pasillo casi sin aire y
tropezando a cada pocos pasos con los casquillos. Llegó a la habitación de sus
padres y se encontró dos bultos negros encogidos sobre la cama y abrazándose.
No quedaba ya nada de piel que permitiera reconocerles a quienes no los
conocieran. Salió de allí sin llorar, sin gritar, completamente en estado de
shock, sin saber lo que hacer, decir o pensar.
Salió de su casa en ruinas y se
encontró una oscuridad envolvente y abrumadora y una ráfaga de aire frío que
acompañaba a su sangre helada y más que helada. Vio entonces a lo lejos una
mancha roja rompiendo la noche. Era un vestido de sevillana, era ella.
-Como son las cosas… No me imaginaba que fuera tu casa.
-¿Has sido tú?-dijo Pablo clavándole sus ojos azabaches
-¿Cómo voy a ser yo criatura? Han sido los grises, que han
dado a tus padres por rojos. Mi tío me dijo que iban a hacer caza esta noche,
que la gente está menos atenta, feliz y a sus cosas.
-¿Tu tío…?
-Tampoco pequeño, a él sólo le han dado el soplo
-Voy a matarlos…
-¿Quieres que te maten a ti también no?
Calló.
-¿Cómo te llamas?
Siguió callado un rato.
-Pablo-dijo al fin-como mi padre…
La sevillana le puso los brazos por encima como si fuera un
abrazo.
-Yo soy María-y le abrazó dejándole caer la cabeza sobre el
hombro. La rosa del pelo estaba a la altura de la boca de Pablo, le molestaría
si no fuese porque ya poco le importaba-anda, vente conmigo esta noche, que
hace un frío de mil demonios.
-Voy a matarlos…
-Eso no te va a devolver a tus padres Pablo-enmudeció-sólo
te dará una cama de pino
-Me da igual que me maten si me los llevo por delante…
Pablo, que desde que lo abrazó María no miraba a ninguna
parte bajó la cabeza, María lo achuchó, su hombro rozó la mejilla de Pablo y
este se echó a llorar. Al terminar, ella lo besó.
-Vente a mi casa esta noche
Pablo no respondió, se lo llevo de la mano y le dio una
vida. Pero no fue suficiente.
Trece meses después todo un cuartel amaneció en silencio y
ese día, los gitanos camparon a sus anchas y se mataron escopetados y a
navajazos. Todos los policías del barrio de Santa María aparecieron muertos.
Encontraron a Pablo dos años después en una montaña de Jaén. Lo sentenciaron a
garrote vil y lo ejecutaron mientras María le lloraba sin fuerzas para salir de
su casa.
Lo mataron por haberlo encontrado en la montaña con los
maquis, nadie más que María supo lo que en verdad hizo. Era ya 1960 y la gente
seguía desapareciendo de las calles de España sin razones, sin que nadie nunca
supiera nada.