Para haceros más amena la lectura os adjunto dos canciones que creo que pueden ayudar a mejorar la armonía con lo escrito:
(El hombre del saco/ Vetusta Morla)
Capítulo 1: La huída
Charles Dickinson huía de la policía de Manchester, la noche
estaba cerrada, la gente habitaba en sus casas junto al refulgir de velas
encendidas y dulces de mantequilla, las ventanas albergaban un calor que le era
negado a Charles.
-¡Ladrón! Ven aquí ladrón asqueroso, que yo te enseñaré a
robarle al cadáver del que hayas nacido
Una gota de sudor frío que contrastaba con el viento helado
y con el calor de la sangre que Charles sentía en su frente y sus bocanadas de
aire se abnegaron en rabia. No podría correr más que la policía mucho tiempo,
además, si seguía recto tarde o temprano se toparía con los refuerzos. Había
que encontrar un escondite. La oscuridad le ofrecía la sonrisa de pasar
inadvertido, pero esta sonrisa era de doble filo puesto que por esta misma
razón era más que probable que hubiera pasado por delante de un buen escondite
sin darse siquiera cuenta. De repente lo vio, un río aparecía ante él con sus
aguas calmadas y el susurro de su corriente, solamente la idea hizo que se
planteara el que muriese, pero morir ahogado no le daba tanto miedo como el que
le propiciaba la tortura de la amputación de sus miembros, la muerte por
desangramiento en público o las roturas de huesos que la policía le ofrecería
tras una misa por su alma inmortal y una cena espartana, cuando se dio cuenta
estaba junto al borde del puente, no se lo pensó un momento y cayó con los
brazos desordenados y la cabeza boca abajo hacia el agua fría del río.
-Ese maldito bastardo… rodead el río y comunicad a los
distritos vecinos que anda suelto un huérfano ladrón-dijo el capitán de la
brigada
-Con todos mis respetos capitán pero sólo es otro vándalo
infantil ¿Qué ha hecho para merecer tanta búsqueda?
-La pregunta debería ser que no ha hecho, sólo por
enumerarte algo: robar sotanas, romper teclas de órganos de las sacristías,
orinarse en una pila de crucifijos robados también, grabar símbolos prohibidos
en varias fachadas de edificios, robar caballos de los carros de la ciudad,
robar comida, robar ropa, robar bolsos y abrigos a las mujeres, robar, robar,
robar. Por si no te has enterado es un ladrón entre ladrones, y ahora deja de
perder el tiempo y ve tu también a buscarle
-A sus órdenes señor.
Charles había llegado a la orilla y sentía como el agua y el
viento convertían su respiración en puñaladas y sus vasos sanguíneos en piedra,
sentía como su vista se distorsionaba a cada paso y como el cansancio le vencía
pero no podía dormirse si quería seguir vivo. De repente entre árboles y
árboles el reflejo de la luna le mostró un gigante de cemento en la profundidad
de la distancia. Era una fábrica, a Charles no le entusiasmaba la idea de pasar
la noche en un sitio como aquel pero si seguía huyendo sin dirección ninguna
acabaría cayendo y la policía lo encontraría, así que decidió pasar la noche en
la fábrica y marcharse a otra ciudad en cuanto amaneciera.
De repente a Charles se le cayó el alma al
suelo, estaba oyendo ladridos, la policía había soltado perros de caza.
Entonces Charles comenzó a recordar un nombre, un rostro, una voz, una idea.
“Ojalá sólo fueses un cadáver” se dijo para sus adentros. La puerta de la
fábrica aparecía ante él, faltaba tan poco, pero entonces oyó a sus espaldas
bocanadas de ira en las fauces de los canes que le perseguían, sus ojos eran
dignos del propio Cerbero, la velocidad que les propiciaba el ver a su presa
hacía que a cada paso sus orejas se retorcieran a merced del viento. Charles se
dio cuenta de que no podría atravesar la puerta, de que estaba cerrada, de que
hacía años que aquella fábrica había sido abandonada y de que no podía escapar
sin ser apresado a mordiscos. Debía deshacerse de los perros si quería
encontrar una entrada a aquella guarida, pero si decidía matarlos debería
esconder sus cuerpos para que no relacionasen a estos con su paradero. Inútil,
si dejaba los cadáveres otros perros los encontrarían si es que no había más
perros detrás de los que veía, o incluso agentes de policía. Además, si la
policía llegaba a aquel lugar era improbable que no mirasen dentro de la
fábrica, pero los pasos que el cuerpo de Charles resistiría se estaban agotando
y si no conseguía una hoguera pronto la hipotermia empezaría a dar sus primeros
síntomas.
De repente Charles encontró una escalera oxidada en el muro derecho
de la fábrica, un perro casi le alcanza los tobillos. No había tiempo, debía
hacer un último sprint y alcanzar aquella escalera. Charles avanzó hacia ella,
los perros habían mordido su pantalones dos veces cuando de un salto subió a la
escalera que se balanceó debido a su mal estado y al peso de Charles, este se
dio prisa en subir y una vez que tuvo los pies en el muro cogió la escalera
oxidada que sólo estaba sujeta por el lado derecho y comenzó a ladearla de un
lado a otro hasta romperla, entonces la cogió firmemente con una mano y se la
llevó consigo al otro lado de la fábrica.
Aquella fábrica estaba completamente abandonada, había cajas
rotas por los suelos, cristales, puertas derribadas y algunas cerradas con
candado, había varias máquinas oxidadas detrás de paredes agujereadas, todo
parecía indicar que aquella fábrica abandonada se dedicó una vez a la industria
textil, eso quería decir que igual podía haber algún tipo de prenda por allí.
Charles dejó con cuidado la escalera rota en el suelo mientras oía los ladridos
de los perros tras el muro a sus espaldas, a falta de hacer una hoguera Charles
se dedicaría a buscar ropa o trozos de tela con los que taparse esa noche, puesto
que la policía estaba fuera y por si fuera poco probable que buscaran dentro de
la fábrica lo que era seguro era que estos no dudarían en entrar al ver el humo
salir de aquel remoto paradero.
Por fortuna o por desgracia no había madera en aquella maldita
fábrica que no estuviera mojada y llena de moho, por lo tanto la idea de la
hoguera quedó completamente descartada, así que se desnudó y se refugió en un
oscuro sótano anidado de ratas, estas podían trepar por cualquier escondrijo
así que se quedó al principio del descenso de las escaleras haciendo flexiones
para no pensar en el frío, el agua del río se mezclaba con su sudor calando los
escalones que rechinaban ante sus esfuerzos. Los recuerdos le acechaban para
evadir la búsqueda de las afueras:
Charles era un niño abandonado entre tantos en el orfanato
de Manchester, era un niño tímido, sólo hablaba si le preguntaban, no
dificultaba el trabajo de los demás, se alejaba de conversaciones ajenas,
respondía con frías miradas a las burlas, su única arma era la ignorancia de
los actos. Arma de traicionero doble filo.
Charles había salido del orfanato por la ventana para dar un
paseo nocturno, todo lo que hizo fue tropezarse con un encapuchado vestido de
negro portando un saco en sus brazos, tras que este chocara con él y con
violencia le tirara al suelo ya había entendido que debía callar. Que si no
decía nada aquel hombre no tendría por qué mirarle, que podría ahorrarse una de
las palizas a la que los acostumbraban en el orfanato. Oyó un silbato y
reconoció uniformes policiales, antes de que pudieran si quiera diferenciarle
entre las sombras de la noche echó a correr, era lo lógico, era lo normal, era
la Inglaterra del siglo XIX y en ella reinaba una desconfianza que hacía de la
inocencia la mayor sospecha de culpabilidad.
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