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lunes, 9 de junio de 2014

Quinta leyenda: Los viñedos del ruido

Eran los albores de la humanidad, una tribu que había nacido en lo que hoy es Ruanda había llegado a los eternos viñedos y trigales de lo que llamamos Albacete.  Llevaban vidas huyendo, puesto que las tribus de Kenia y del Congo estaban listas para la guerra y querían hacer lagos de sangre donde los leones fueran a beber y así matarlos para comer la carne de los animales más fuertes.

Tan sólo llegaron al otro lado del Estrecho un puñado de los que partieron. Los hombres que perdieron a sus mujeres amaron a sus hermanas, amaron a otros hombres, amaron incluso a sus padres y a sus hijos, y los que no pudieron amar a nadie se amaron a manotadas con los espíritus de los muertos en las noches que estos se aparecían.

En esa tierra hacía frío, dejaron de andar hacia el norte cuando comprendieron que en el norte vivían los vientos helados de los dioses sin sangre que echaban el aliento porque vivían cansados, y así empujaban un frío viento contra ellos. Allí todo era frío y raro. 

Los otros hombres que allí habían eran peludos como ñus, miraban con ojos lejanos y gritaban con gargantas que decían palabras distintas. Los pieles blancas vivían a un lado de las vides y los pieles negras al otro, jamás hablaron hasta que llegó el día del guepardo.

Los pieles negras no habían olvidado la cuenta de sus días y esa misma noche el guepardo debía ser invocado para que trajera a los difuntos. Los hombres solitarios sonrieron todo el día ansiando que el Sol cayera y prepararon las pieles de guepardo que habían conseguido salvar en la travesía.

Al anochecer, un hombre vestido de guerpardo, con la cara tapada por una máscara de madera y por el resto dessnudo, esperaba inmóvil frente al fuego. De entre las sombras de una cueva surgió una mujer también vestida de guepardo y se puso frente a él, separados por el fuego. Los pieles blancas veían de lejos sin saber que hacían los pieles negras. Uno de los últimos cogió dos ramas de olivo y golpeó el suelo con ellas: Primero una, después la otra, la primera, la primera, la otra... Otro de ellos sopló por el cuerno vacío de una cabra siguiendo los golpes de la primera rama y un tercero gritaba con los golpes de la otra... Los vestidos con las pieles de guepardo comenzaron a bailar con los brazos y las piernas y pisaron el fuego hasta extinguirlo. Ya sólo quedaban los sonidos y la luz de la luna.

Entonces las manos de los pieles negras sevolvieron de fuego y al tocar el suelo lo hacían retumbar y seguir el ritmo, y al tocar los árboles recrujían, y al tocar a otros, los tocados rugían desde su corazón y las voces dejaban de escucharse en pos de aquel ritmo mágico que ya les guiaba a todos las pautas de sus movimientos. Los pieles blancas se acercaron, no tenían miedo, estaban alegres cuanto más cerca estaban y entonces comenzaron a tocarles a ellos.
Las dos pieles se hicieron blancas y se les cayó la mayoría del pelo, los disfraces de guepardo se peridieron en la noche y se amaron los unos a los otros, pues ya fueron todos iguales. Los espíritus pudieron abandonar el mundo de los vivos y ser amados por los que antes que ellos fueron espíritus en el mundo de los dioses.

Nació así la música, nacieron así los primeros pobladores de aquella tierra que nacía más allá de la tierra de donde vinieron aquellos extraños visitantes de más allá del mar. Esa tierra se bautizó con la unión de los nombres de los baliarines vestidos de guepardo, el se llamaba Eur y ella era Opa.