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lunes, 23 de septiembre de 2013

Miradas destructoras

Segundo relato de leyendas

Hace ya tantos años que ya nadie recuerda lo que contaban los ciudadanos de Teruel cuando comenzaba a conocerse la ciudad por ese nombre. Ya por aquel entonces contaban las abuelas a sus nietos que ningún lugar del mundo tenía el cielo nocturno de Teruel, las estrellas que no se veían en los los mitos de los griegos ni en los jeroglíficos de los egipcios tenían su hogar en el cielo de la ciudad aragonesa.

Los reyes al morir bajo el manto de la noche vislumbraban sobre su lejana corona que les lloraba sobre una mesilla por jamás volver a ver su testa, las lágirmas brillantes de los cien millones de estrellas que se abarcaban entre sus muros.

A las afueras de la ciudad nació una niña admirada por unos, repudiada por otros por tener los ojos escarlata.

Esta niña no tenía padre ni madre y siempre miraba al cielo de tristeza por sentirse como los insectos que se arrastraban sobre la mugre igual que ella pasaba por la vida.

Un día, un forastero envuelto en su capa de raso, su ancho sombrero y sus zapatos lustrados preguntó el camino hacia el Ebro. La niña respondió mirándole a los ojos, pues era una niña que nació triste pero sin miedo.

El hombre al ver sus ojos ardientes como el fuego y relucientes como rubíes bajo del caballo, manchóse los zapatos y mirándola muy fijamente le preguntó:

-Niña ¿Tú quién eres?
-No tengo nombre señor
-¿Quiénes son tus padres?
-No tengo padres señor

El hombre la miró entre apesadumbrado y atónito.

-No puede ser que unos ojos como esos no tengan de padre sino a un dios y de madre a la fortuna. Los dioses del cielo son las estrellas, y a ellos debemos estarles agradecidos por alumbrarnos cuando la vida se hace dura y cae la oscura noche sobre nosotros. Ven conmigo niña, yo te llevaré a un sitio mejor.

La niña subió al caballo con él, no tenía nada que perder en su vida...

Ambos llegaron a las puertas de la ciudad cuando cayó la noche. Los guardianes de la muralla impidieron el paso obligando a aquellos dos extraños a que se identificaran por querer acceder a tan altas horas de la noche.

Aquel señor dio una perorata sobre quienes eran sus padres, sus abuelos, sus hermanos, el maravilloso lugar de donde venía y los terrenos que alrededor se hallaban bajo su posesión. La niña quedó callada mientras acariciaba al caballo. De pronto se acercaron los guardias gritando y cogiéndola del rostro le levantaron la barbilla quedándo su cabeza mirando el cielo abierto.

El señor gritaba iracundo, pero la niña estaba feliz contemplando el cielo. Nunca lo había visto, era tan oscuro y tan brillante, tan hermoso...

De repente se fijó en una estrella que desapareció, gritó aterrada y el señor la abrazó.

-Se ha apagado una luz
-A veces ocurre jovencita. Son casi tan mortales como nosotros

La niña se enfadó !Ella quería ver todas las luces del cielo! Se fijó en otra estrella frunciendo el ceño y esta se volvió tan roja como su mirada y de repente estalló, dejando el cielo iluminado de rojo.

Los guardias se asustaron, uno echó a correr para no volver. A la niña los ojos se le tornaron verdes, el señor se percató y miró las estrellas, la niña volvía a centrar su mirada en una que tras volverse de color verde, restalló dejando el cielo del color de las praderas.

Los guardias cerraron las puertas negando paso a nadie y fueron a informar al rey moribundo.

Los ojos de la niña eran ya azules y dos estrellas estallaron en azul, luego pasó lo mismo con el violeta, el naranja y el amarillo.

Aquella niña podía destruir las estrellas en colores con tan sólo mirarlas. No se cansaba de mirar y cada vez estaba más cabreada

-!¿POR QUÉ?!-gritaba

El cielo desaparecía, pronto quedaría a oscuras, toda la gente de las afueras miraba el espectáculo y tras la destrucción de muchas estrellas se dieron cuenta de que la primera que miraba era la niña.

Aquella niña podía destruir las estrellas.

Entonces aquel señor sacó un cuchillo de las alforjas del caballo y degolló a la niña que detruía las estrellas, la niña que mataba a los dioses, la niña que asesinaba a sus padres.

Se hizo el silencio y el cielo dejó de oscurecerse con la sangre de aquella niña.

Desde entonces todas las noches encendían faroles en las calles por miedo a que alguien volviera a destruir las estrellas. Esos faroles con el tiempo se convirtieron en farolas y en todo el mundo se hizó homanaje y tributo a la muerte de una niña maldita pero inocente que hacía de las estrellas destrucción de colores, que hacía en el cielo nocturno los primeros fuegos artificiales.




miércoles, 4 de septiembre de 2013

De blanco y de negro

Antonio Machado decía que la vida era camino que se hace al andar, Jorge Manrique que ríos que van al mar que es el morir, Calderón de la Barca que eran sueños y los sueños son la realidad, Charles Baudelaire que era un tedio insoportable del que tan sólo el fin nos consigue liberar por completo...

Mañana a estas horas habré cumplido la segunda década de estar vivo, de estar respirando, de estar bombeando sangre, de estar sonriendo.

Para mí la vida es una partida de ajedrez:

Los peones son los actos, lo primero que mueves tu rival, son pequeños, en realidad a veces insignificantes pero sin ellos no se define la partida.

Las torres son las opiniones, podrán ir hacia un lado o hacia otro pero siempre van de frente o ladeandose para aceptar nuevas opiniones que nacen de fuera

Los caballos son las decisiones, cuando empiezas a jugar te cuesta aprender como se manejan y las repercusiones que tienen pero pronto estableces un patrón y acaban siguiendo una serie de principios que te autoimpones

Los alfiles son los ratos en silencio y en soledad, en un sólo momento se han recorrido el tablero y han visto todo lo que no se ve desde el otro lado. Son involuntarios, son pensamientos paralelos de tu mente, todo aquello que sabes y te acabas callando a ti mismo para descubrirlo tan sólo cuando te derriban.

La reina son las palabras, el poder de convicción. Con ella puedes ir a todas partes, es la pieza más valiosa y el saber manejarla te supone el poder vencer al resto de las piezas del rival con una facilidad sumamente mayor.

Por último, el rey es el corazón... Se mueve más bien poco pero en esos movimientos de esconderse o de atacar cuando ya estás arrinconado son los que deciden el final de la partida.

El final triste. El final feliz. 

El final inconcluso de García Márquez. Como dijo Shakespeare: "El ser o no ser... esa es la cuestión"

Jamás dejes que te derroten a no ser que quieras rendirte. Ahí está la felicidad.