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sábado, 26 de octubre de 2013

El niño con los brazos de sombra

Tercer relato de leyendas

Bajo la luna de Santander cuentan las lenguas que siempre hablan de conocimiento hasta que callan por miedo que existió un niño especial donde los haya.

Marzo de 1589.

Una madrugada al amanecer, tras una noche de tormenta, se despertaron los santanderinos aún frotándose los ojos y rascándose la espalda. Aquella tormenta había sido muy fuerte, pero la Virgen de la Mar, que para algo era su patrona, había protegido sus barcos pesqueros.

Algo había en la orilla, algo que no debía estar allí.

Creyéndo que era algún tipo de pez varado en la orilla, los vecinos más despiertos del barrio de los pescadores se acercaron a la arena. Al acercarse vieron que no era un pez, pero tan sólo cuando estuvieron a unos metros de distancia se dieron cuenta de que era un niño.

Este estaba inconsciente, boca abajo, los párpados habían sepultado sus ojos inamovibles, dudaron de si estaba muerto o vivo. Al intentar levantarlo para ver como se encontraba, un vecino que fue a cogerlo por los sobacos tan sólo se encontró con el vacío y una sensación que le hizo erizarse y encogió todos los órganos, músculos y huesos de sus adentros.

Miró al niño sin saber que había pasado mientras el resto le miraban a él extrañado. No sabía que había pasado, ni siquiera sabía cómo reaccionar. Pensó que habría sido por el frío natural de la mañana y que se estaría resfriando, que igual no había calculado bien la distancia con el chico porque comenzaba a tener fiebre y eso quizás tuviera algo que ver.

Una mirada le bastó para comprender que aquel niño no tenía brazos.

Se horrorizó al principio, sintió una mayor compasión, pero entonces fijándose se dio cuenta de que algo donde deberían ir sus brazos hacía sombra.

Los vecinos seguían mirándole pero él no les hizo ni caso.

Asió al niño desde por el abdomen y las piernas y lo levantó en peso, al mirarlo a una luz completa vio que este no tenía brazos como antes se había figurado, pero tenía unas sombras con forma de brazos que nacían de su clavícula.

Se asustó, lo dejó caer y el niño empezó a lllorar. Aquel vecino, presa del pánico, empezó a tirarle arena a la boca para intentar callarlo. El resto de vecinos lo paró y se lo llevaron de allí.

Pronto, todo Santander estaba allí, mirando al niño con brazos de sombra.

Le preguntaron que donde estaban sus padres y este negó con la cabeza.
Le preguntaron si entendía castellano y no contestó.
Le preguntaron muchas cosas pero no sacaron nada en claro, el niño ya se había dado la espalda y miraba al mar sin prestar atención al resto del mundo.

Fue cayendo la tarde y la gente comenzó a irse, nadie quería acogerle.

Una niña pequeña, regresando a casa con su madre lo vio, le preguntó a su madre que quien era aquel niño que miraba el mar y ella le respondió que era un niño maldito.

Cayó la noche y aquella niña salió por la ventana de su casa a preguntarle a aquel niño que por qué estaba maldito. El seguía allí.

-Hola-dijo la niña a espaldas del niño- Me llamo Alba ¿Cómo te llamas tú?

El niño se dio la vuelta para mirarle.

-Madre dice que estás maldito ¿Por qué?

No respondió

-¿Por qué tienes los brazos negros?

Silencio

-¿Por qué no hablas?

Silencio

-Ah claro, porque es de noche y no quieres que despertemos a nadie ¿verdad?

Silencio

-Está bien pues entonces me acercaré para hablar bajito

Alba se acercó y vio que, justo donde terminaba la carne y empezaba la sombra, aparecía un rincón más oscuro que la propia noche, y que si podía verle los brazos por la noche, era porque esa sombra era luminiscente cuando uno se fijaba y estaba cerca.

Una vez se sentaron juntos frente al mar ambos callaron, mirandose a veces notándolo y sin notar las miradas.

-Soy sombra-dijo el chico rompiendo el silencio

-Encantada Sombra-Alba creyó entender que ese era su nombre

Comenzaron a hablar y la noche fue pasando, de una conversación a otra olvidaban la anterior y disfrutaban más de la presente. 

Comenzaron a clarecer las primeras luces de la mañana.

-Es casi de día Sombra, tengo que irme a mi casa o madre se preocupará
-Me ha gustado mucho hablar contigo Alba
-A mí también Sombra

Alba abrió los brazos para darle un abrazo, el chico intentó hacerlo pero sus brazos atravesaron el pecho de Alba. Se sintió avergonzado y agachó la cabeza, seguro que la había hecho sentir mal, como a aquel hombre esa mañana. Pero Alba no se sintió mal, agachó ella su cabeza y le besó en la mejilla.

-Nos vemos mañana a estas horas- le dijo mientras corría por la arena para volver a casa.

Sombra la miró estupefacto hasta que esta cerró la puerta de su casa. En ese momento amaneció y aquel chico desapareció.

Así, durante el resto de los días de la eternidad las sombras del mar desaparecieron al alba en Santander, protegiendo esta luz a los marineros de todo el mundo.


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