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sábado, 8 de septiembre de 2012

Una situación común por una emoción fuera de lo común

Bueno gente estaba escribiendo y... en fin no he podido evitar pensar que debia publicar ya este trocito de capitulo de una de mis novelas por el análisis tan a viva voz que ha salido de ella:



Caminaban por las calles de Sevilla, un transeúnte tocaba a ritmo de rumba coordinando los pasos de los paseantes. Un chico con su novia tomada a cuscaletas salió corriendo cruzándose con ellos en la bisectriz de la calle, iban riendo y lanzando disculpas al mismo tiempo. Juan sintió una punzada de tristeza ¿Por qué no podía ser él así? ¿Por qué no podía callar la vergüenza a base de carcajadas? ¿Por qué sus locuras no llegaban al nivel de ser geniales y nunca superaban el ridículo ajeno para el resto del mundo? ¿Por qué no podía leer en la mente de Cristina? Se sentía completamente desconcertado, había algún problema para que el corazón de ella aceptara conectar con el suyo, lo más inquietante es que no tenía ni idea de qué demonios quería, pretendía juzgaba o reprimía. Prácticamente era una desconocida para él y sin embargo no podía quitársela de la cabeza. Empezaba a pensar que la marihuana sólo era una hierba, que la verdadera droga era tener sentimientos y que cuantos más quieres más necesitas, que nadie muere siendo feliz, nadie muere diciendo “ha sido una vida insuperable” y que si existe alguien que lo haya hecho su problema fue el no conocer mundo.

No se atrevía a mirarla y no podía evitar hacerlo. No podía evitar sonreír cuando ella no lo miraba y cada vez que esto pasaba volvía a mirarla y se encontraba con que ella no lo miraba, se sentía un pesado y un idiota hasta que ella lo miraba al notar que su nariz no miraba al frente por el rabillo de sus ojos marrones.

Juan se sentía totalmente estúpido en ambas ocasiones.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué seguía allí? Nunca nada le salía bien en ese campo, ya llevaba muchos tropiezos y seguía buscando piedras donde romperse la cabeza a base de recuerdos sin conexión establecida ni optimismo para continuar.

Solía ser un enfermo del amor sin haberlo sentido jamás, notaba en Cristina una atracción sin palabras que a veces se cuestionaba que fuera de verdad, que no fuese su mente sin ataduras la que se dejaba divagar por una idealización de la primera persona que medianamente se había hecho un hueco en su vida.
Sucedía en aquel paseo un silencio sanguíneo que hacía que Juan tragase las palabras que podría haber dicho sin problemas con cualquier otra persona sin miedo a que desapareciera en ese mismo instante, en el otro grupo de personas estaba Cristina.

Ella no hablaba y ese mismo silencio que se clavaba en los dientes con el rechinar en Juan a Cristina le mecía el pelo una suave brisa y despertaba en ella un suave gesto de quien camina por una ciudad llena de recuerdos. Juan no lo soportaba, tenía que hablar.

-¿Conoces a un grupo llamado La Pegatina?
-Será que no he nascut per ser un heroi ¡Caray! ¡Caray!-dijo cantando a modo de respuesta
-¡Ey! Esa es la del Gat Rumberu, mola mucho
-Si

Volvió el silencio. Juan se volvió a sentir incómodo, tenía que hablar.

-¿Y que tal por Granada?
-Bien
-Te ganarías la vida en “el rincón del vago” por lo que veo-ya la había soltado, la bomba para terminar de cagarla, sin embargo la respuesta de Cristina no fue de molestia, se rió tímidamente y le dijo que estaba como una cabra, Juan no pudo evitar sentirse bien y siguió hablando de temas inconexos con el devenir de una conversación que ya por lo menos duraba más de treinta segundos. Volvía a ver a la Cristina de aquel mediodía junto a la catedral. Quizás y sólo quizás era él el que volvía a ser el mismo idiota tan sólo preocupado en divertirse que aquel día de sorpresa y emociones.

-¿Qué haces esta noche?-dijo apenas sin ser consciente
-He quedado con mi primo, su novia y un amigo
-Ah…
“La historia de mi vida” pensó Juan, ahora volvía a carcomerse la cabeza ¿Quién era ese amigo? Era un poco raro el que fuera con su primo y la novia de este ¿Acaso era una doble cita? ¿Era esa la razón por la que no había vuelto a llamarle? ¿Cristina tenía ya a alguien con quien poder pasar las horas en el famoso silencio haciendo que este fuera mágico en vez de cancerígeno? ¿Había antes de él ya alguien en su vida que despertara su boca en besos y curara así la sequedad de sus labios de ausencia? ¿Qué podía él hacer si esto fuese verdad? ¿Cómo podía hacerse un hueco en su vida? ¿Cómo sería el momento de conformarse con estar junto a ella pero nunca a su lado?

¿Quién podía saberlo? Si realmente ni él tenía más que preguntas ni Cristina tenía ni idea de que él buscaba respuestas.

Confió entonces en el devenir, se dijo a sí mismo que lo peor que podía hacer era preocuparse, que la vida era demasiado corta y que nadie podía asegurarte que mañana siguieses vivo. Que nada merecía la pena más que el día a día, que ya le asistirían las circunstancias o su voluntad de acero en cuanto decidiera desprenderse de su corazón de latón.



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