Seguidores

domingo, 3 de febrero de 2013

El invierno de una matrioska. Capítulo 2: Sebastian

Pequeña aclaración
(Esta es la segunda parte de el relato de una matrioska rusa, la continuación referencial pero independiente de la historia de Vladimir, es una trilogía, se pueden leer en el orden que el lector prefiera y enfocará las historias mas humanas, ajenas y ficticias pero no por ello irreales de tres puntos de vista de lo combatientes de los tres bandos de la Segunda Guerra Mundial)

Relato
Olga había abandonado la Madre Patria, un joven vestido de gala se presentó en su casa con un sobre cerrado con el emblema de la hoz y el martillo, la mirada gacha y un pequeño cofre que jamás se volvió a abrir.
 Olga comprendió que eso era todo lo que quedaba del amor de su vida, que la Madre Patria se lo había llevado, que ella debía ser la única madre a la que no importaba ver morir a sus hijos...

Abandonó la tierra que la vio nacer en una barcaza repleta de gente y podredumbre para llegar a Polonia por la frontera. Al llegar les recibieron una brigada de alemanes y abrieron fuego contra la embarcación. Todos en esa barcaza murieron incluida Olga. Un soldado alemán encontró el cuerpo páildo de Olga, su cuerpo mojado sobre el lecho del río y comenzó a tocar sus pechos y sus genitales antes de que comenzara la descomposición. La guerra no era un lugar muy apropiado para el deseo sexual y menos si pertenecias al ejército alemán, nunca se escucharon rumores sobre la necrofilia en el bando del Führer, todo el mundo sabía que eso era para capitalistas y rojos degenerados, que en la raza aria no existían las enfermedades mentales o sexuales y además cotillear sobre lo que hacían tus compañeros era casi un síntoma de homosexualidad. Pero no sólo encontró su pecho desnudo, sino que bajo las ropas mojadas del cadáver de Olga, aquel alemán encontró una matrioska que sin saber muy bien por qué se guardó bajo el uniforme al terminar.

El frente alemán se replegó a África, ese soldado resultó muerto a los pocos días de su incorporación al Afrika Korps. Sebastian, un galés al servicio del ejército británico le voló el cráneo a aquel cerdo alemán y observó rodar algo cuando el cuerpo caía, puso cuerpo a tierra creyendo que era una granada pero sólo era una extraña matrioska que le miraba fijamente. No entendía por qué ese alemán llevaba encima una muñeca rusa pero tampoco tenía mucho tiempo para pensarlo, un disparo golpeó junto a la matrioska sin darle, se dió la vuelta rodando en el suelo y abatió con su metralleta a un soldado alemán que recargaba su rifle con las manos temblorosas. Entonces Sebastian comprendió que aquella matrioska era una amuleto de la suerte y que como su dueño ya no la necesitaría más le había elegido como su nuevo dueño.

Sebastian fue ascendido a cabo ese mismo día y pronto llegó a sargento, el recibía órdenes directas del general Montgomery. Sobrevivió a la batalla de El Alamein y tras conocerse su valía en el cuartel general de las Ratas del Desierto, decidieron darle una misión especial.

Tendría que viajar en un avión de incógnito a Hong Kong para rescatar a los prisioneros políticos allí secuestrados por los japoneses y asegurarse de que estos llegaban sanos y salvos a Londres. La situaciuón en Africa iba viento en popa, y Sebastian consideró tal misión un honor inconmesurable. El plan era avanzar hasta India, aliada de Reino Unido y atravesar el Nepal para llegar a China, una vez allí contratar unos mercenarios que ayudasen a su pelotón y camuflarse en un carguero rumbo a Hong Kong ocultos entre fardos de munición.

Llegaron a la India, sin embargo en Nepal se encontraron con japoneses que dedujero, estaban en mitad de una misión de reconocimiento, así que tuvieron que cambiar su ruta, lo que ninguno del pelotón supo hasta que fue demasiado tarde fue que se estaban adentrando en el Tibet.

Sebastian pasó sus últimos días mirando a la matrioska mientras se le ennegrecían los dedos, no entendía cómo habia perdido su suerte... Comenzó a pensar que aquella matrioska no era un amuleto sino un símbolo de condena que había ido chupando toda la suerte de su vida, impidiendo su brillante destino. Cuando quiso romper esa puta muñeca sus dedos ya no obedecían las órdenes de su cerebro... Toda la respuesta a sus pesares era esa fría mirada hueca que ofrecía la matrioska. Justo antes de cerrar los ojos por el frío insoportable volvió a amar a esa muñeca, quizás le había llevado a la muerte para huir de esa horrible guerra en la que llevaba años viviendo... quizás la matrioska le liberaría de ese temor de sentir que podía morir cada instante de su vida.

Sebastian y todos los que estuvieron a su mando murieron en Enero de 1943.


Unos días después un monje budista que dejó de creer en la paz del lugar se encontró los cadáveres del pelotón de Sebastian a las faldas de la montaña de su Orden. Recogió la matrioska y volvió a su Japón natal, donde la vendió por 2 yenes. Al igual que Buda Gautama, el monje inició, siguiendo su ejemplo, el éxodo de su mundo de paz por el camino del mundo real.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario